Osvaldo Álvarez
3 min readJan 2, 2018

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Resurgir

01.01.2018

El resplandor del año viejo se había apagado ya y le daba paso a uno nuevo, más brillante y
aún más prometedor, a un lienzo en blanco listo para plasmar en él todas las vivencias por
venir. La noche estaba llena de promesas y sueños, pero no podía faltar la melancolía de todo aquello que había sido, aquel nuestro ahora pasado, las cosas que tapizaron la pared que el
año nuevo ahora derribaba.

Para el año que empezábamos seríamos más saludables y saldríamos a correr todos los días
a las 4 de la mañana antes de irnos a nuestro trabajo, seríamos más comprensivos con aquel
hueco compañero que hacía comentarios sin sentido en clase, terminaríamos los libros que
habíamos comprado en la Feria del Libro y que aún no habíamos ni siquiera vuelto a ver, nos
casaríamos, tendríamos familia, viajaríamos, ahorraríamos, pagaríamos deudas, todo esto seríamos, todo eso haríamos. ¿Pero y qué con lo que fuimos… con lo que hicimos?

Sí, ¿cómo olvidarnos de que fuimos unos tercos, o de que le mentimos a quien creíamos era
nuestra alma gemela, o que pasamos el curso sin saber que lo lograríamos? ¿Cómo olvidarnos
de que fuimos corruptos, incompetentes, ilusos, que nos enamoramos de quien no debimos, que lloramos y que reímos?

Todo eso lo dejamos atrás, y pues se nos hace más fácil pensar que aquello no fue nuestro
año, que fue un tropiezo. Yo, personalmente no fui nada de eso, o bueno, fui corrupto
incompetente e iluso, pero jamás me mal enamoré, eso no.

La felicidad es un concepto demasiado abierto, hay quienes vemos el viejo compendio de
horas y días como algo bueno, y somos felices aún con las cosas malas, mientras que hay
otras como la vecina de al lado que llora cada que tocan las campanadas del nuevo año. No
puedo decir que no hubo momentos en los que la tristeza se asomaba y nos hacía suyos, que lloramos, que terminamos relaciones, y otras nos terminaron a nosotros. Es curioso como
después de todas esas cosas hacemos borrón y cuenta nueva, después de todo siempre es
mejor matar nuestro yo pasado y reinventar nuestra historia.

Y pues ese renacimiento metamórfico se apoderó de todos aquella noche, no solo moría un año, morían miles de historias, miles de personas y le daban paso a miles de promesas que
sabrá Dios si se cumplirían; en el mejor de los casos y sí y solo así esas nuevas personas
encontrarían la felicidad y la plenitud, si no, pues tal vez y cuando este nuevo y prometedor lienzo en blanco acabase tendrían una nueva oportunidad, y seguirían en la constante
búsqueda ambiciosa de la felicidad.

El año que pasó estuvo cargado de emociones, de amores, pasiones, intrigas, risas, mentiras
y uno que otro encuentro casual, brindis que se hicieron realidad y deseos que nunca se
cumplieron, personas que se habían ido de nuestras vidas llegaron de nuevo, y gracias al cielo
que lo hicieron, y otras que habían recién llegado, partieron e igualmente gracias al cielo que
partieron. Unas metas se cumplieron y otras quedaron como eso, como metas. El amor tocó a la puerta de algunas, mientras que a otros el amor se las cerró en la cara, la vida llegó para
algunos y la muerte para otros. Perdimos amores, prendas, kilos, neuronas y llegaron resfríos,
oportunidades, zancudos y trabajos.

Me gusta ver el paso de los años como un torno que moldea el flujo constante de los
acontecimientos, buenos y malos de nuestras vidas. Y somos nosotros mismos, con nuestras
aspiraciones, deseos y expectativas quienes hacemos que funcione, al final es nuestra esperanza de un futuro feliz la que mueve nuestras vidas y nos motiva, a veces con éxito y
otras con esfuerzo, a resurgir.

Osvaldo Álvarez

01.01.2018

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